domingo, 6 de julio de 2014


Daniel: Organizador Comunitario Colombiano: Un Espacio Seguro en una Institución Religiosa



Daniel vivió siempre y vive todavía en la ciudad más violenta de uno de los países más violentos: Barrancabermeja, en el centro de Colombia. Allí la muerte, aliada a guerrilleros, narcos, paramilitares, siempre le anduvo cerca; él, mientras, se las arregla para trabajar en su comunidad y tener una vida. Daniel es un especialista en milagros: enseña, en nombre de la iglesia, educación sexual a sus vecinos.


Hay muertes. Todo a lo largo de su historia hay muertes. La primera le llegó antes de cumplir su primer mes: mucho después sabría que su padre fue, entonces, asesinado por un grupo parapolicial.

–Yo nunca tuve papá, pero tardé muchos años en preguntar por qué. Ya tenía como 18, 20 años. Antes yo no quería saber, y nadie me había contado nada.

Cuando preguntó, Daniel supo que a su padre lo mataron Las Rayas, “un grupo de limpieza que se dedicaba a asesinar ladrones, drogadictos; en general eran de la policía o del servicio secreto”. Y que su padre “robaba, pero sólo a la gente que tenía” y que había empezado a cambiar, que “quiso cambiar pero su pasado no le perdonó nada”: los parapoliciales lo secuestraron, lo torturaron varios días y al final lo dejaron, muerto, en un descampado que se llamaba Pozo 7.

Daniel nació en 1981 en un barrio pobre de Barrancabermeja, una ciudad de 300.000 habitantes en el Magdalena medio, una de las zonas más violentas de Colombia. Cuando Daniel tenía cinco años, su madre, que trabajaba como empleada doméstica y tenía seis hijos más, se lo llevó a su abuela paterna: nunca había encontrado el tiempo ni las ganas de ocuparse de él. A partir de entonces, Daniel viviría con su abuela, una tía, un primo.

Su abuela le dio sus primeros mimos, le compró su primera pelota: Daniel estaba encantado. Cuando empezó la escuela, descubrió que le gustaba y no le resultaba complicado, pero lo que lo enloquecía era el fútbol. Daniel se pasaba las tardes en la cancha, jugando con amigos, charlando, haciendo bromas: aprendiendo a ser un chico de su barrio.

La guerra. 

Barrancabermeja es el centro del petróleo colombiano, una ciudad con larga tradición de luchas sindicales y violencia política. En los años noventa, la ciudad y su región estaba dominada por un grupo armado marxista, el ELN. Los guerrilleros tenían gente en el barrio; de vez en cuando mataban a un ladrón, a un drogadicto, “para dar el ejemplo”. Daniel creció sabiendo que era mejor mantenerse apartado, pero no era fácil: cuando tenía 13 años, una tarde, un grupo del ELN se apareció en la esquina donde su amigo Alejandro, de 17, jugaba a las cartas con otros muchachos.


–Los tipos sacaron las armas y lo obligaron a ponerse de rodillas y a pedirles perdón porque había tenido algo que ver con la novia de uno de ellos. Y ahí mismo lo mataron, de rodillas, le dieron un tiro en la cabeza delante de los demás amigos. Por envidia, nomás, lo mataron, por celos. La muerte así no se justifica.

–¿Y se sabía quiénes eran los asesinos?

–Sí, porque para llegar a buscarlo fueron preguntando por el barrio dónde vivía, así que muchos los habían visto, pero todos vivíamos con temor de las represalias.

Seguían las muertes. 

Poco después fue el turno de su abuela, y Daniel tuvo una época oscura. Ya no le iba bien en el colegio y no sabía qué haría de su vida. Lo único firme era el fútbol: Daniel jugaba cada vez mejor y, a los 16 años, llegó a debutar en el equipo profesional de Barrancabermeja. Ya se imaginaba como un verdadero futbolista, uno de esos que veía por la televisión, pero para eso tenía que ir a probar suerte a una ciudad más grande, y tuvo miedo. Pensaba que sí, que más tarde lo haría, hasta que una lesión en el tobillo acabó con sus ilusiones deportivas.


En 1999, cuando cumplió los 18, Daniel estaba por terminar el colegio y en Barrancabermeja se reavivó la guerra: grupos paramilitares aliados a narcotraficantes –y apoyados, en algunos casos, por el ejército– intentaban conquistar la ciudad. La batalla duró, calle por calle, violenta, intermitente, casi cuatro años. Para entonces la ciudad se había ganado la reputación de ser la más violenta de Colombia: una media de 350 homicidios anuales por cada 100.000 habitantes. Mientras tanto, los guerrilleros seguían reclutando. En su último año del colegio, Daniel y varios de sus compañeros recibieron propuestas del ELN:

–Teníamos 18 años, estábamos terminando el colegio y no sabíamos bien qué hacer, eso es lo que aprovechaban los guerrilleros. Hay muchos jóvenes que no tienen la capacidad económica para seguir estudiando, entonces venían ellos y te decían bueno, aquí te puedo dar un dinero, unas cosas si tú empiezas a hacer parte del grupo. Nos decían “si tú quieres tener una bicicleta, si quieres plata para salir, para vestir, trabájalas, trabaja con nosotros”. Algún amigo te contaba que le habían dado 500.000 pesos por una vuelta, que es ir a mirar si vienen los militares o los paras. O por hacer un mandado, como llevar algo al comandante de otro sector, un mensaje, unas armas. Eras chico, no tenías nada que hacer, ninguna visión de futuro, en tu casa no te hacían mucho caso, y ellos se aprovechaban.

La tentación. 

En Barrancabermeja la desocupación afecta a la mitad de los jóvenes: la violencia era una de las pocas salidas posibles.


–¿No les hablaban de política?

–No, no mucho, a veces nos hablaban de su ideología, nos la vendían, que hay que luchar por el pueblo, todo eso, pero a nosotros no nos interesaban esas cosas.

–¿Y nunca te tentó la cuestión?

–Sí, tentarme sí me tentó, porque yo no tenía otros recursos económicos, pero hubo personas que me influyeron para que no lo hiciera, amigos, mi familia, el padre Juan José, que me decían que esa no era la manera de salir adelante, que me iban a matar.

Daniel empezó a vincularse cada vez más con un grupo de jóvenes de la parroquia de su barrio. Su primer contacto fue su novia, una chica católica que lo convenció de empezar a ir a misa y participar en ciertas actividades navideñas, pero terminó de interesarse cuando le pidieron que organizara un campeonato de fútbol para chicos. Ahí, por primera vez, se sintió útil, respetado. El padre Juan José, su mentor, lo convenció de que tenía que buscar la forma de ayudar a los demás: lo primero que se le ocurrió fue hacerse médico. Pero nunca podría, porque no tenía el dinero suficiente.

Cuando terminó el colegio, Daniel se pasó un año sin saber qué hacer. No tenía plata para la universidad, no conseguía trabajo; pasaba buena parte de su tiempo en sus actividades de catequista y animador juvenil, cada vez más entusiasta. A fin de año le salió una beca para estudiar Higiene y Seguridad Industrial, pero igual no le alcanzó el dinero y tuvo que dejarlo. Más tarde haría una carrera técnica de dos años, para tener un oficio, pero tampoco pudo terminarla.

Mientras tanto, su participación en la parroquia crecía. Organizaba campeonatos, peñas, bailes, discusiones con los chicos del barrio: la premisa era hacerlos sentir atendidos y ocupar su tiempo libre para que no lo dedicaran a las drogas, el crimen, la violencia política. El padre Juan José los guiaba, les explicaba que no hay paz con explotación, sin dignidad. Daniel fue nombrado representante de los jóvenes de su sector en el Equipo de Animación de la Pastoral. “En muy poco tiempo ya me había ganado ese lugar”, dice, orgulloso.

La paz. 

La batalla por Barrancabermeja ya había terminado con el triunfo de los paramilitares. No había más combates en las calles, pero los nuevos dueños también tenían sus ideas: “ellos se creían nuestros papás. No sé con qué autoridad moral cogían a los chicos y los ponían a ‘voltear’: correr, saltar, flexionar hasta que vomitaban, como para disciplinarlos, para que no estuvieran en las calles, no se drogaran, no robaran”. Y, si no les hacían caso, los ponían desnudos o rapados en una esquina con un letrero que decía “soy mariguanero”, por ejemplo. Y, en última instancia, los mataban. Eso, por no hablar de lo que les pasaba a los que un grupo sospechaba de colaborar con algún otro. Por eso, Daniel y sus amigos siempre tuvieron claro que para sobrevivir había que cuidarse mucho. La Iglesia es de las pocas instituciones que los grupos armados en general toleran: para un chico con inquietudes sociales, es una de las escasas posibilidades de hacer algún trabajo en su comunidad y seguir vivo.

En 2003, el ministerio de Bienestar Familiar firmó con la diócesis de Barrancabermeja y la Corporación Desarrollo y Paz un acuerdo para lanzar una campaña de educación en salud sexual y reproductiva. Daniel fue uno de los elegidos para aprender y, a su tiempo, enseñar. Ahora trabaja en ese proyecto, con chicos entre 7 y 16 años. Daniel empieza preguntándoles por la escuela, cómo les va, qué problemas tienen, los ayuda. Y después pasa a hablarles de la cuestión del género:

–¿La mami qué hace en la casa?

–Bueno, la mami lava.

–¿Y ustedes la ayudan a lavar?

–No, porque mi papá dice que eso es para las mujeres.

–¿Y en serio eso es para las mujeres? ¿Tú, niña, por ejemplo, la ayudas a limpiar?

–Sí, la ayudo.

–¿Y tu hermano la ayuda?

–No, porque mi papá dice que eso es para las mujeres. Las mujeres están para la casa y los hombres para el trabajo.

–¿Y tú crees eso?

Los diálogos se van enriqueciendo y, en general, llegan adonde Daniel quiere: a mostrarle a los chicos la injusticia de las ideas que tienen sobre hombres y mujeres, deberes y derechos. Es complicado y es, de algún modo, la parte más fácil. Más difícil es explicarles a los chicos cómo cuidar su cuerpo, cómo respetarlo, porque siempre llega un punto de conflicto: la posición de la Iglesia católica frente a las relaciones sexuales y a los métodos anticonceptivos:

La Iglesia no quiere promover la fornicación. Pero sí quiere que cada cual cuide su cuerpo, que es el templo del espíritu, entonces nosotros decimos que tú como persona tienes tus deseos, pero tienes que cuidarte, quererte, valorarte, entonces si estás en una relación y crees que llegó el momento oportuno para tener relaciones sexuales, porque hay amor y hay fidelidad, entonces tienes que cuidarte, y para eso tienes que saber cuáles son los métodos.

–¿Y no hay gente de la Iglesia que se enoja si ustedes reparten preservativos, por ejemplo?

–No, es que nosotros no repartimos preservativos.

–Pero los recomiendan.

–Sí, los recomendamos pero no los repartimos. Es cierto que quizá lo que decimos no está en la línea de lo que dice la Iglesia. Pero lo hacemos de manera muy precavida, porque no estamos invitando a los chicos a la fornicación, más bien les proponemos que mantengan una vida sexual responsable y placentera.

–Tú ves esta contradicción.

–Sí, la veo, pero también siento que estamos haciendo algo por la comunidad, y que este es el modo en que podemos hacerlo. Yo sé que la Iglesia cometió muchos pecados, hace muy poco Juan Pablo II pidió perdón por esos pecados. Pero la Iglesia da mucho a los demás, cosa que un rico nunca haría. Por eso yo no creo que la Iglesia sea capitalista, porque también da, en cambio los capitalistas solamente piensan en ellos.

Las cositas. 

Este año, Daniel empezó a estudiar etnoeducación en una universidad a distancia, porque quiere dedicar su vida al trabajo social. Ya lleva seis años con una chica tres años menor que él, Diana Marcela, con quien tiene “una buena sexualidad responsable y placentera”: cuando ella debe aplicarse sus inyecciones anticonceptivas, él la acompaña y, cuenta, todos lo miran como si hiciera algo muy raro. Daniel dice que en cuanto pueda va a formar un hogar y tener hijos y seguirá haciendo lo que pueda por los demás. Pero las muertes siguen acechando. La semana pasada un grupo parapolicial como el que mató a su padre asesinó a otro vecino suyo, 18 años, porque tomaba alguna droga. Fue en el centro del barrio y muchos lo vieron, pero todos callaron: el miedo sigue firme.


–Ya mataron a varios y nadie dice nada. Ahora hay una tranquilidad aparente. Siguen asesinando, pero todo queda ahí, no se denuncia, no sale en los diarios.

–¿Te da miedo de que te pase algo así?

–Sí, claro, en cualquier momento te puede pasar, de pronto no le caíste bien a alguien y ya.

–¿Y no te desanimas?

–Sí, a veces me desanimo, por estas cosas o por otras. Pero entonces voy y converso con Dios y él me da aliento, de distintas maneras, con sus cositas, me dice que siga adelante.

–¿Cuáles son sus cositas?

–Ésta, por ejemplo, que ustedes me hayan elegido para estar en un lugar tan importante como éste. Eso es porque Dios lo quiso, para mostrarme que voy por el buen camino, que lo que estoy haciendo vale la pena. Esas son sus cositas.

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